Miles de hondureños han visto o escuchado sobre el japonés de 39 años que está ayudando a cambiar la educación en Honduras, pero pocos conocen la historia detrás de su ambicioso sueño de construir mil escuelas y los retos que tuvo que enfrentar para crear su fundación.
En una entrevista a un reconocido diario, el filántropo y ahora “influencer”, que se ha ganado el cariño y admiración de los catrachos, compartió cómo fueron esos primeros pasos, los sacrificios que no suelen verse en cámara y sus futuros proyectos.
De nacionalidad japonesa, Shin Fujiyama, el segundo de cuatro hermanos, llegó a Estados Unidos junto con sus padres cuando apenas tenía un año.
El jovial “youtuber” creció con su familia en el estado de Virginia y, tras finalizar la secundaria, logró ingresar en la universidad pública Mary Washington para estudiar la licenciatura en Relaciones Internacionales.
En invierno de 2004 llegó a la ciudad de El Progreso, Yoro, con un grupo de voluntariado organizado por la iglesia de su universidad, sin imaginar que este viaje cambiaría su vida.
Al regresar a EUA, Fujiyama decidió crear una fundación para recaudar fondos y ayudar a niños de escasos recursos en Honduras. Fue así que, en 2006, Students Helping Honduras (Estudiantes ayudando a Honduras) nació en una pequeña habitación universitaria de la Mary Washington, aunque las cosas no se dieron como Shin esperaba.
“Para ser sincero, no creí que tener una fundación sería tan complicado. Comencé vendiendo galletas en el campus y recaudando monedas en una lata, pero el primer día solo logré reunir $20, me sentí frustrado”, relató.
Sin embargo, gracias al apoyo de su hermana Cosmo y sus amigos tomó la determinación de persistir hasta tener éxito.“Muchos se burlaban de mí porque en ese tiempo yo trabajaba trapeando pisos en la cafetería de la universidad e incluso me rapaba el cabello para no gastar en barbería”, siguió narrando.
“A pesar de las críticas no me detuve, con mi hermana y mis amigos comenzamos a organizar eventos y pronto descubrí que tenía talento para motivar a las personas y dar discursos. Era un lado que no conocía porque yo era muy tímido antes de iniciar la fundación, así que también fue una etapa de autodescubrimiento”, manifestó.
Como alguien me dijo una vez, tengo cara japonesa, mentalidad estadounidense y corazón catracho.
“Estoy muy agradecido con mis padres. Ser doctor en Estados Unidos me aseguraba prestigio, estabilidad laboral y económica, en cambio, irme a Honduras era un riesgo, en esos tiempos el crimen era peor, y aun así me apoyaron”, expresó conmovido.
Tras su llegada, la organización, con el respaldo de los progreseños y donantes estadounidenses, comenzó a trabajar en el proyecto Villa Soleada, una aldea donde reubicaron a familias que vivían en un bordo y que ahora cuenta con 44 casas, hogar de niños, canchas de fútbol, kínder, escuela y colegio bilingüe.
Cortesía: Diario La Prensa.