Mucho se ha dicho y escrito sobre la libertad de prensa y la independencia de los medios de comunicación. Cada vez que surge un nuevo periódico, una nueva emisora de radio o un nuevo canal de televisión, lo hace argumentando estos principios básicos del periodismo y erigiéndose como abanderados de la imparcialidad, la objetividad y la veracidad.
Pero en las últimas décadas, los medios de comunicación tradicionales se han ido integrando en grandes grupos empresariales, que hacen que conceptos utópicos e idealistas como pluralismo, independencia o prensa libre queden relegados a un único concepto, el marcado por el poder económico. Se mueven por su propio beneficio y por lo tanto pueden hacer de su capa un sayo, expresando la opinión que mejor les parezca o que más les convenga. Y es que los intereses que se juegan son tan importantes que se sitúan por encima de los principios periodísticos puramente informativos, ante la permisividad y la resignación de la ciudadanía, que ya está acostumbrada a este tipo de actuaciones.
Esto nos lleva a una situación en la que todos los medios pueden ser “etiquetados” política e ideológicamente, y los consumidores de la información eligen lo que quieren leer, oír o ver, según sus simpatías o preferencias ideológicas.
Además, los medios de comunicación tradicionales necesitan a los gobiernos, dependen de ellos: de sus subvenciones, de sus concesiones de licencias, de sus campañas publicitarias; y por ello no es extraño que estos medios se esfuercen en bailarle el agua a los responsables políticos de turno para “informar” de manera que sea agradable a uno u otro. Dicho de otra forma: informan para las fuentes, no para los ciudadanos. ¿Puede entonces un medio de comunicación ser realmente independiente? La respuesta parece clara: No, mientras dependa de un gobierno o de un aspirante a gobernar.
El surgimiento de los nuevos medios de comunicación digitales ha supuesto un soplo de aire fresco en este sentido. Ahora cualquiera puede publicar u opinar sin más límite que el marcado por la propia libertad de expresión. No hacen falta grandes inversiones, ni subvenciones o licencias. Los periódicos y medios digitales ya no dependen de los gobiernos y, en muchos casos, son gestionados por personas o colectivos sin ánimo de lucro, lo que elimina los intereses económicos o políticos y aporta un mayor compromiso con los principios de independencia y objetividad.
Paradójicamente, esto provoca que sobre estos medios y sus responsables planee continuamente la duda y la desconfianza por parte de los dirigentes políticos, pues se trata de medios que ellos no pueden controlar. Se mira con lupa todo lo que se escribe y se dramatiza cualquier discrepancia cuando el enfoque informativo no les resulta favorable, aunque ello supusiera ocultar o falsear la realidad. Más aún cuando se trata de un periódico de ámbito local en un municipio pequeño, donde todo el mundo se conoce y es muy fácil personalizar las críticas.
En Libertad Digital somos conscientes de este problema, pero creemos en la libertad de expresión por encima de todo y estamos seguros de que eso es lo que nuestros lectores quieren. No queremos un periódico tutelado.
Simplemente queremos informar sobre lo que pasa en nuestro país. Publicamos para nuestros lectores, no para las fuentes.