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EL ACEITE Y EL AGUA EN EL DECURSO HISTÓRICO DE HONDURAS

Autor: Galel Cárdenas

Honduras es un país cuya historia inicial en el plano político republicano  despega con la elección democrática de un primer presidente y el derrocamiento del mismo por esos enemigos de la justicia que han imperado, a manera de camisa de fuerza, a lo largo y ancho del decurso temporal de la república.  

Toda la lucha por construir una nación medianamente justa en cada momento diacrónico ha constituido una especie de recurrencia en donde el mito de Sísifo parece encontrar mejor explicación en la praxis del llegar a las alturas  más abstractas y del bajar a los meandros de la desventura. Lempira cuando lucha contra los españoles puede representar el agua fresca de la defensa de los pueblos indígenas lencas, pero, el aceite de los conquistadores venció la férrea guerra anti ibérica, usando para ello, los instrumentos de guerra cultural, ideológica y militar para derrotar nuestra indianía rebelde. 

Tiempo después surgiría el mestizaje violento y opresivo, pero, la resistencia creó un sincretismo que aún hoy todavía no hemos investigado con profundidad meridiana. 

Luego de la colonización desgarradora para nuestros pueblos, surgió el proceso independentista, en donde los criollos (agua con aceite) realizaron las más connotadas luchas contra la corona española que finalmente fue derrotada en el campo militar por uno de los soldados americanos más emblemáticos que haya conocido continente alguno: Simón Bolívar, que no sólo venció al ejército ibérico, con soldados descalzos y mal alimentados, si no que fundó países con plena libertad de existencia independiente. 

En Honduras, el riflero magnífico, el centauro patriota, el auriga trágico, como le denominó Filander Díaz Chávez a Francisco Morazán, surgió a la palestra como uno de los más altos espíritus que haya podido parir Centroamérica. Finlander, el  más brillante analista dialéctico de la figura del epónimo revolucionario del siglo XIX en América Central, expone que Francisco Morazán era la catarata del agua fresca y exultante, que fue asesinado por el imperio inglés mediante la intermediación titiritesca que empleó el cónsul británico Chatfield, con la iglesia católica y los reaccionarios pro monárquicos disfrazados de líderes liberales. Ellos eran el aceite. 

Las  fuerzas oscuras conservadoras y asesinas, personificadas en Carrera y Ferrera dedicaron su vida a desmontar todas las conquistas de libertad que Morazán propugnó y desarrolló. Era el aceite eclesiástico y analfabeta del infortunio.

Y así en transcurso de la historia unos personajes representan el agua reconfortante de la liberación y otros el aceite anquilosado de la esclavitud.

Solamente, un siglo después, surge en Honduras otro río de agua nutritiva, la huelga bananera de 1954, cuando los obreros de las compañías bananeras paralizaron la república para lograr cambios que la clase dominante se negaba a establecer, según Longino Becerra en su texto “Evolución Histórica de Honduras”.

La  Huelga de 1954 no tiene comparación en la historia lineal de nuestro país, porque si bien los trabajadores no obtuvieron todas las pretensiones, su influencia en la vida política marcó un hito, ya que el gobierno liberal de Ramón Villeda Morales y Modesto Rodas Alvarado, insertaron en su gobierno las mejores conquistas laborales que se hayan alcanzado. 

Todo ello fue un torrente de agua fresca que contrasta inmediatamente con el aceite que representó el golpe de estado de 1963 en contra de la reforma agraria que  planteaba realizar desde la Asamblea Constituyente  dirigida por Modesto Rodas Alvarado, con el objetivo de favorecer a los campesinos sin tierra, quitándole a las compañías bananeras aquellas tierras incultas. 

Y en los tumbos provocados por la clase conservadora y represiva que caracteriza a la élite dominante, se pasó de golpes en golpes de estado asestados por la casta militar que, adoctrinados por la CIA y el Departamento de Estado, dirigían sus madrugones militaristas contra el movimiento obrero y campesino. 

Tiempo después, en el siglo XXI, llegó a la palestra de la vida política hondureña, otra catarata de agua fresca, cuando Manuel Zelaya Rosales, se apartó  de las prebendas que el poder político otorga a la clase dominante.

El presidente Zelaya  realizó un gobierno muy ligado a los intereses de la clase media, los obreros, campesinos y maestros, y, desde su perspectiva popular planteó al pueblo la necesidad de crear una nueva Constitución, con el fin de sustituir la vieja Carta Magna por ser obsoleta e inmediatamente lanzó el proyecto de la consulta popular. 

Fue un verdadero baño de agua fresca esta propuesta, misma que inmediatamente fue condenada al fracaso por  todas las fuerzas del mal.

Los aquelarres del anticomunismo continental, mayamense y nacional, urdieron un golpe de Estado injusto, represivo e inhumano, vanguardizado por un nefasto personaje de apellido italiano. 

El aceite que representan las Fuerzas Armadas se regó por todo el sistema político y mediante las más descaradas maniobras fraudulentas electorales montaron en la palestra a dos representantes (Porfirio Lobo Sosa y Juan Orlando Hernández)  de la más viva corrupción que haya asolado al país, herederos magníficos de todos los cleptómanos contumaces que han devastado las arcas nacionales, con el aditamento más vergonzoso y criminal posible, vinculados al narco tráfico  y al crimen organizado. 

Así, el agua fresca de la utopía social de justicia, equidad y soberanía han sido los motores de una movilización popular que no tiene precedentes en la historia actual, pues el pueblo se ha mantenido movilizado desde el año 2009 hasta la fecha. 

De este modo nos hemos deslizado en la historia entre períodos de soberanía y efervescencia popular, desde la conquista española hasta nuestros días. 

El agua fresca de un pueblo que no renuncia a sus proyectos  de justicia social, contra el aceite de la oligarquía nacional, reprimiendo, asesinando y destrozando todo intento de liberación que surja en el horizonte de la lucha clasista.  

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Escrito por: Libertad Digital

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